¿Qué tienen en común las canciones: La última copa, Copas y amigos, El último trago, Copa rota, Pa todo el año, Mientras tú no llegas, Mi angustia de bgohemio, El gran bohemio, Corazón herido, China hereje y Quiero beber?

Todas son una muestra de las tantas canciones que, en este género, relacionan el beber como aliado para superar el dolor causado por el amor.  Por eso este tema ha sido, en mi opinión, uno de los que más ha influido en la inspiración de muchos compositores.

No es un secreto que, a lo largo de nuestra historia, darse un traguito, una copa de vino, una cerveza o cualquier bebida premiada con licor es una de las «estrategias» que existen para acompañar las penas de amor. Me da gracia, porque he visto personas beber para olvidar y mientras beben solo hablan de la persona que, se supone, desean dejar atrás. Y, si a esto le añadimos una canción corta venas de fondo, imagínese. Ahí es cuando escuchamos: «Fíjate, lo mismo que me pasó a mí», «Tu ves, esa es la que tengo que dedicarle», «A que llamo y se la pongo por teléfono».

Pienso que, en Puerto Rico, el líder en interpretar canciones relacionadas a la bebida lo fue Felipe «La Voz» Rodríguez. Por eso, la canción La última copa, de la autoría de Francisco Canaro y L. Caruso, nunca ha perdido popularidad y es como un ícono en la música de tríos. Sin duda, el sentimiento e inigualable voz de Rodríguez acentúa más la caracterización de un dolor real transmitido a través de una canción. Esto hace que llegue hasta el tuétano cada palabra interpretada y que, por momentos, el que sufre la pena, sienta que acompaña al artista en su dolor y no a la inversa.

Yo escribí y uso mucho la frase: «Cuando se acaben las palabras, deja que lo diga una canción». Porque la música es un idioma universal y siendo el amor un sentimiento abstracto, a veces es difícil aprender a reconocerlo y, más aún, a entender cómo manejarlo. De modo, que muchas canciones sí nos ayudan a comunicar o hasta aliviar lo que sentimos. Este género musical ha sido identificado con el romanticismo, pero de forma especial con el sufrimiento por amores ingratos, imposibles, ajenos, fracasados y hasta perdidos.

Por eso, las velloneras de antaño parecían llorar cuando un alma sufrida intentaba ahogar las penas en copas de licor. Bueno, o tal vez entre espuma como dice el «Jibarito de Lares» Odilio González, en la canción del mismo nombre, refiriéndose a una cerveza. Es más, estas canciones siempre gustan, aunque no estemos sufriendo por amor. Incluso yo, una que otra vez, hice la voz de la mujer en la canción Copas y amigos en actividades que me encontraba trabajando como animadora. Para el que no ha escuchado esta canción, les aclaro que la parte que realicé es una hablada porque no canto ni en la ducha.

Pero, hablando en serio, la realidad es que las angustias (no importa de qué tipo sean) no se olvidan, arreglan o desaparecen con la bebida. La música es algo que nos llena y tal vez alivia un poco el sufrir, pero no debe ser motivo para justificar cualquier consumo desmedido de alcohol. Y es que la música acompaña, pero no daña.  Recordemos que sufrir es parte natural en el proceso de desarrollo de las relaciones humanas, así como morir lo es de la vida misma.